Corría octubre del 37 cuando fui a visitarte a prisión, disfrazado de clérigo. A pesar de la tonsura, reconociste mi rostro, e hiciste una seña a los Reynafé. De poco les iba a valer la confesión, pero, por lo menos, tendrían el placer de susurrar el nombre de Rosas al oído de quien se sentaba al pescante de la diligencia de Quiroga.
Con terror reverencial comentarías, camino del patíbulo, el malestar que te produjo contemplar, sin señales de tu lanzada, el cuerpo que habías dejado por muerto allá en la Barranca Yaco.
domingo, 12 de octubre de 2008
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