Desde hace mucho, el aire traía extraños aromas desde la lejana costa. De día, el horizonte se cubría de columnas de humo, y de noche se podía contemplar la luz de las hogueras. Pero tú, desde los altos muros de Bolonia, contemplabas impasible los signos del desastre, seguro de la fortaleza de las defensas recién construidas.
En un arrebato de locura, sin embargo, decidiste salir con tus huestes y destrozar a las hordas normandas. Tu espada sajó la carne; tu brazo se tiñó de rojo. Pero no fue suficiente para defender la ciudad.
La historia te ha olvidado. Los poetas cantaron tus hazañas hasta que su voz, desgastada, dio paso a otra leyenda. Desde entonces cabalgas sin rumbo, sin importarte que los asustados campesinos escuchen el ruido de los cascos que van dejando un rastro de destrucción y llamas.
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