Todavía recuerdo aquella noche en Chicote. Yo fumaba, escondido en un rincón, mientras tú tragabas una ginebra tras otra. A Perico se le estaban terminando las botellas de agua tónica india, y, resignada, mezclabas con agua.
Entonces me acerqué a la barra y, mientras pagaba un Martini que abandoné entero, la cereza flotando en la copa, dejé caer un rollo fotográfico en el bolsillo de tu abrigo.
Caminaba todavía hacia la puerta cuando te abordaron los milicianos. Eran aquellos sucios compinches del sargento Martínez, que, desde hace días, no deseaban otra cosa que llevar tu cuerpo a una de sus casas mientras dejaban que yo huyera, un pez demasiado gordo para ellos.
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