Te llaman hijo del diablo, Myrddin. Según unos, vives en los bosques de Caledonia, huyendo de la guerra en que perdiste la razón. Según otros, te has acercado a los grandes, ofreciéndoles tus profecías. Hay quienes dicen que por las noches gritas, atrapado entre las raíces de un roble, para recordarnos el peligro de enseñar nuestros poderes a quienes harían mal uso de ellos.
Durante años recorrí tus huellas por Coed Celyddon, Camarthen y otros lugares de Albión, esperando que te mostraras a un inmortal como yo; probé la sangre celta, sajona y normanda; me hospedé en las abadías y en los pajares, en las posadas y en los palacios. Pregunté a los aldeanos y a los grandes señores; investigué en los scriptoria y en los aquelarres; con los años, incluso llegué a aprender alguna cosa.
Myrddin, si alguna vez los gnomos hacen llegar a tus manos la carta que ahora entierro bajo este tronco centenario, recibe los saludos de quien ha comprendido que no es necesario buscar para encontrarte.
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