Desde hace mucho, el aire traía extraños aromas desde la lejana costa. De día, el horizonte se cubría de columnas de humo, y de noche se podía contemplar la luz de las hogueras. Pero tú, desde los altos muros de Bolonia, contemplabas impasible los signos del desastre, seguro de la fortaleza de las defensas recién construidas.
En un arrebato de locura, sin embargo, decidiste salir con tus huestes y destrozar a las hordas normandas. Tu espada sajó la carne; tu brazo se tiñó de rojo. Pero no fue suficiente para defender la ciudad.
La historia te ha olvidado. Los poetas cantaron tus hazañas hasta que su voz, desgastada, dio paso a otra leyenda. Desde entonces cabalgas sin rumbo, sin importarte que los asustados campesinos escuchen el ruido de los cascos que van dejando un rastro de destrucción y llamas.
miércoles, 11 de febrero de 2009
domingo, 12 de octubre de 2008
Santos Pérez
Corría octubre del 37 cuando fui a visitarte a prisión, disfrazado de clérigo. A pesar de la tonsura, reconociste mi rostro, e hiciste una seña a los Reynafé. De poco les iba a valer la confesión, pero, por lo menos, tendrían el placer de susurrar el nombre de Rosas al oído de quien se sentaba al pescante de la diligencia de Quiroga.
Con terror reverencial comentarías, camino del patíbulo, el malestar que te produjo contemplar, sin señales de tu lanzada, el cuerpo que habías dejado por muerto allá en la Barranca Yaco.
Con terror reverencial comentarías, camino del patíbulo, el malestar que te produjo contemplar, sin señales de tu lanzada, el cuerpo que habías dejado por muerto allá en la Barranca Yaco.
jueves, 21 de febrero de 2008
Marta
Todavía recuerdo aquella noche en Chicote. Yo fumaba, escondido en un rincón, mientras tú tragabas una ginebra tras otra. A Perico se le estaban terminando las botellas de agua tónica india, y, resignada, mezclabas con agua.
Entonces me acerqué a la barra y, mientras pagaba un Martini que abandoné entero, la cereza flotando en la copa, dejé caer un rollo fotográfico en el bolsillo de tu abrigo.
Caminaba todavía hacia la puerta cuando te abordaron los milicianos. Eran aquellos sucios compinches del sargento Martínez, que, desde hace días, no deseaban otra cosa que llevar tu cuerpo a una de sus casas mientras dejaban que yo huyera, un pez demasiado gordo para ellos.
Entonces me acerqué a la barra y, mientras pagaba un Martini que abandoné entero, la cereza flotando en la copa, dejé caer un rollo fotográfico en el bolsillo de tu abrigo.
Caminaba todavía hacia la puerta cuando te abordaron los milicianos. Eran aquellos sucios compinches del sargento Martínez, que, desde hace días, no deseaban otra cosa que llevar tu cuerpo a una de sus casas mientras dejaban que yo huyera, un pez demasiado gordo para ellos.
domingo, 10 de febrero de 2008
Myrddin
Te llaman hijo del diablo, Myrddin. Según unos, vives en los bosques de Caledonia, huyendo de la guerra en que perdiste la razón. Según otros, te has acercado a los grandes, ofreciéndoles tus profecías. Hay quienes dicen que por las noches gritas, atrapado entre las raíces de un roble, para recordarnos el peligro de enseñar nuestros poderes a quienes harían mal uso de ellos.
Durante años recorrí tus huellas por Coed Celyddon, Camarthen y otros lugares de Albión, esperando que te mostraras a un inmortal como yo; probé la sangre celta, sajona y normanda; me hospedé en las abadías y en los pajares, en las posadas y en los palacios. Pregunté a los aldeanos y a los grandes señores; investigué en los scriptoria y en los aquelarres; con los años, incluso llegué a aprender alguna cosa.
Myrddin, si alguna vez los gnomos hacen llegar a tus manos la carta que ahora entierro bajo este tronco centenario, recibe los saludos de quien ha comprendido que no es necesario buscar para encontrarte.
Durante años recorrí tus huellas por Coed Celyddon, Camarthen y otros lugares de Albión, esperando que te mostraras a un inmortal como yo; probé la sangre celta, sajona y normanda; me hospedé en las abadías y en los pajares, en las posadas y en los palacios. Pregunté a los aldeanos y a los grandes señores; investigué en los scriptoria y en los aquelarres; con los años, incluso llegué a aprender alguna cosa.
Myrddin, si alguna vez los gnomos hacen llegar a tus manos la carta que ahora entierro bajo este tronco centenario, recibe los saludos de quien ha comprendido que no es necesario buscar para encontrarte.
martes, 5 de febrero de 2008
Anteros
Ayer, por casualidad, volví a ver tu estela, Anteros. Antes estaba allí, en mitad del campo, bajo el cielo estrellado de las noches manchegas. Ahora yace en un oscuro museo provincial, bajo cuyas sombras pude quitarme las gafas de sol y el sombrero para leer el breve texto que daba cuenta de tu corta vida:
ANTEROS FLAV
AE CILI SERVAS
VERNAE A...E
LIBERTE AN
ORVM XV
H S E S T T L
¡Te fuiste tan pronto Anteros! Años después, todavía jugaban los niños en el atrio de aquella casa, y en el crepúsculo se escuchaban, en el bosque, los últimos trinos de los gorriones. Nadie diría que en aquella comarca viví, alimentándome de tu joven sangre.
AE CILI SERVAS
VERNAE A...E
LIBERTE AN
ORVM XV
H S E S T T L
¡Te fuiste tan pronto Anteros! Años después, todavía jugaban los niños en el atrio de aquella casa, y en el crepúsculo se escuchaban, en el bosque, los últimos trinos de los gorriones. Nadie diría que en aquella comarca viví, alimentándome de tu joven sangre.
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